En la sociedad actual en la que vivimos, donde está presente el egocentrismo, la intolerancia, la impaciencia y la dedicación absoluta al mundo laboral, antes que a nuestras propias vidas, cabe pararse a recapacitar por unos momentos, para observar a nuestros mayores, o simplemente a esos adultos que se encuentran en los albores de un cambio social, tránsito entre el ser adulto, independiente, con voz propia y autosuficiente, a un ser relejado por la merma de sus capacidades, incapaz de orientarse así mismo, inapropiado para ciertas cosas o funciones, mal mirado en ciertas ocasiones, simplemente por el echo de ser un jubilado, o lo que muchos en voz popular pasan a denominar, “un viejo”.
La sociedad en general, no se para a pensar que es realmente el echo laboral de la jubilación, lo que contribuye a que la gente tome cierta pose hacia las personas que empiezan a gozar de este nuevo estado, y no la edad real o su salud físico-psíquica. Es obvio que se menosprecia el valor de la persona, tanto sus ideas, conceptos, y esfuerzo físico, básicamente se rebaja su presencia para ayuda familiar, como el cuidado de los nietos, tareas del hogar o simples recados.
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